Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí.
Esta frase resuena de forma particular en este día. Efectivamente, si la princesa María Teresa nos ha dejado de manera tan brusca, es porque toda su vida, y en particular estos últimos años, vivió para los demás.
Junto a su padre, y a su hermano después, vivió para vosotros, los españoles.
Pero, creo que no es un secreto para nadie, y he sido testigo, desde hace algunos años vivía para su hermana Cecilia.
Con su hermana María de las Nieves principalmente, y con su hermana Francisca después, organizó su vida a su alrededor.
Aceptó encerrarse con sus hermanas, aún antes del confinamiento impuesto por el gobierno.
Y lo respetaba con toda la energía que le conocemos.
Y ello únicamente por caridad hacia su hermana fragilizada.
En el corazón de esta crisis sanitaria sin precedente, nos da un ejemplo enorme de caridad.
Sí, “Quédate en casa” es la consigna.
Y ella la cumplió, ella, a quien le gustaba tanto salir, viajar.
Y todo, por amor a su hermana.
Esa entrega final de sí misma por su hermana es la clave de su vida.
No era como los otros miembros de su familia, una mística como su padre, su tía Zita, su madrina.
Los admiraba, sin llegar a comprenderles del todo.
Reivindicaba una fe en hechos, y eso lo vivió hasta el final.
Yo, que soy postulador en la causa de la beatificación de Elisabeth de Francia, compararía su vida y su muerte a la de Elisabeth de Francia (otra soltera de la familia).
Elisabeth de Francia se quedó junto a su hermano y su familia por amor.
Y por ello murió.
Varias generaciones después, María Teresa se quedó con su hermana, y por ello murió.
Pero como en el caso de Elisabeth de Francia, ese don de sí misma no era más que la continuación de todo un compromiso al servicio de los demás.
Es en nombre del servicio a los demás por lo que se comprometió políticamente en España.
Cierto es que era una intelectual, y sus dos doctorados, así como sus responsabilidades en Parma así lo atestiguan, pero pienso que sus acciones siguieron primero el dictado de su corazón.
Aún siendo rebelde, su sentido de la familia siempre estaba por encima de todo, y aceptaba de buen grado representar su Casa cuando era necesario.
Para ella, ser princesa no era un privilegio, sino un deber de caridad.
Creo que hubiera hecho suya la divisa de su ancestro femenino Santa Elisabeth de Hungría: “Tenemos el deber de hacer feliz a la gente!”
Es, claro está, su sentido de la familia, junto a una inmensa admiración compartida con sus hermanas y su hermano por su padre, por lo que se comprometió en política, pero no fue solo el sentido de la familia lo que la motivó. Compartió plenamente con su padre su deseo de aliviar a los que sufren.
Y pienso que el cielo en el que creía se parecía mucho al de Elisabeth de Francia, con la que finalmente tiene bastantes puntos en común, incluido el gusto por los estudios.
Efectivamente, para Elisabeth de Francia el cielo es el reencuentro con los que amamos.
El cielo no es un dulce sueño (lo que para nada interesaría a la princesa María Teresa!), sino un mundo de relación, un mundo en el que nos amamos, en el que todos tienen relaciones de paz y de unidad.
Esto es a lo que la princesa María Teresa aspiraba. Lo hemos escuchado al inicio de esta celebración.
Es lo que ella quería para España. Lo quería para todos. Lo quería para su familia.
Oremos, pues, para que María Teresa se reencuentre en la eternidad con su padre y con su hermano al que tanto quería y admiraba.
Así es en efecto lo que anuncia el evangelio.
Es todo un pueblo el que está destinado a renacer.
Los muertos oirán la voz del Hijo de Dios.
Y todo aquél que haya hecho el bien resucitará y vivirá.
Tal es nuestra fe.
Creemos que seguiremos el mismo camino recorrido por Cristo.
Dentro de unos días, de manera muy particular, vamos a celebrar ese camino, el paso de Cristo de la muerte a la vida.
Este año, desgraciadamente, vamos a vivir más intensamente el enterramiento y la muerte de Cristo que su resurrección.
Nos hará falta un enorme esfuerzo para conseguir vivir la resurrección.
Así como será un verdadero acto de fe creer, en esta terrible pandemia, que Cristo es vencedor de la muerte que ronda por todas partes.
Pero, en sus numerosos viajes, la princesa María Teresa vio muchas miserias, aunque eso no quebrantó su fe.
Sí, creemos que Cristo murió y resucitó para que nosotros superáramos la muerte a nuestra vez.
Tras la celebración, la semana que viene, de la muerte de Cristo, celebraremos su resurrección y le veremos resucitado.
Le veremos aparecerse a los discípulos, liberado de las contingencias espacio-temporales.
Le veremos compartir una comida con sus discípulos.
Le veremos volver a hacer los gestos que hizo antes de su muerte.
Ojala pudiéramos, durante esta semana de Pascua, que estará tan en contradicción con lo que viviremos por culpa de la pandemia y del confinamiento, fortalecernos en la creencia de nuestra propia resurrección y en la de los que fallecen víctimas del virus.
Ojalá pudiéramos, nosotros a los que ha dejado tan estupefactos la muerte tan rápida, brutal e inesperada de la princesa, hacer realidad que, a pesar de todo, el poder de resurrección de Cristo misericordioso es superior al poder de muerte de esta pandemia!
Pero de momento, este poder se expresa de manera diferente a como lo quisiéramos, tal como se expresó en el Gólgota con la muerte del Inocente, que vino para salvarnos.
Pero acaso pedimos con fe que intervenga Dios, o sólo confiamos en el confinamiento, a falta de confiar en la medicina que creíamos, hasta esta terrible pandemia, todo poderosa y que se está revelando como ineficaz?
Entonces, en medio de las tinieblas, intentamos creer que, al morir en la Cruz, Cristo nos ha reconciliado con su Padre, y nos ha abierto así el camino de la eternidad y que es vencedor.
Experimentamos esta muerte, pero no hemos de resignarnos, sino al contrario, reaccionar y combatir.
La princesa María Teresa era una combatiente.
Como ella, combatamos el virus.
Pero combatamos también contra nuestra indolencia, nuestros egoísmos, nuestros compromisos, nuestra falta de fe en el poder divino, nuestra falta de compromiso hacia los más frágiles, y sobre todo hacia los que nos son más cercanos.
Y convirtámonos!
En lugar de vivir para nosotros mismos, lo que jamás hizo la princesa, vivamos para el Señor!
Así entraremos en esta gran liturgia celeste que nos muestra la lectura de la carta a los romanos: “toda lengua dará gloria a Dios”.
En el corazón de las tinieblas de la actual situación, creamos que entraremos todos un día en esta gloria, que un día nos volveremos a ver, y juntos participaremos de esta gran fiesta!
Que la princesa María Teresa sea acogida en el Reino de Dios, por todo su compromiso al servicio de los demás!
Amen
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